Por la mañana lo mismo. Preparé mi café con leche y mi desayuno, jamón en dulce y queso con pan de Cea. Le preparé al francés un café, pues sabíamos que a esa hora el bar estaba cerrado.
Como la lluvia en ese momento era insistente y había alerta naranja en toda esa zona por tempestad, lluvia y viento y ya sabía como se las gastaba por la tarde anterior, decidimos el francés y yo que lo más sensato era hacer esa etapa en autobús. Dentro del albergue había un letrero con los horarios del autobús según el día de la semana, pues ese día era domingo y la frecuencia era diferente.
El francés se puso unos pantalones impermeables encima de los pantalones, un chubasquero. Yo como no había sido previsor y como el recorrido hasta la parada del autobús solo eran los 500 metros calculados el día anterior no me puse el chubasquero, si no solo la chaqueta impermeable. Y así los dos nos fuimos a la parada del autobús.
El bar Cantón seguía cerrado. Durante más de media hora un grupo de cazadores esperaba a que abrieran, pero nada. Me comentó el francés que le dijeron que en el remolque llevaban 20 perros, supongo más apretados que sardinas en lata. Desesperaron y se fueron pocos minutos antes que finalmente abrieran el bar. La espera suponía que en la zona no habían más bares abiertos.
Al rededor de las 10 de la mañana llegó el autobús que nos llevó a Silleda. Al principio no llovía, pero luego cambió de pensamiento, pero sin llegar a la lluvia del día anterior.
A la hora convenida llegamos a Silleda. Yo tenía la dirección de dos hostales, pero nadie conocía ni el hostal ni la dirección. Como cerca estaba la iglesia parroquial, nos acercamos al albergue de santa Olaia, pero nos lo encontramos cerrado, ya que solo abría en verano.
Preguntando, nos dijeron donde estaba el Albergue Maril y allí fuimos. Éste figura en las guías como Albergue Turístico Silleda.
Nos presentamos en el bar, donde nos registramos y nos dieron las llaves de sendas habitaciones en el tercer piso y de la puerta de entrada. En mi caso me tocó una habitación con una cama de matrimonio, con televisión, una galería con una mesa y dos sillas, pero que no apetecía estar. Al francés le tocó una habitación con tres camas, pero como no vino ningún peregrino más, le quedó para el solo. Para ir al lavabo tenías que ir al pasillo. También había una cocina equipada, totalmente diferente a la despoblada cocina del albergue de Orense.
Pregunté a que hora hacían Misa y me dijeron que a las 12 horas, por lo que después me fui a la iglesia.
A las 12 eramos cuatro gatos, pues a esa hora rezaban primero el santo Rosario, comenzando la eucaristía a las 12:30.
Por los charcos se puede apreciar que había llovido con ganas |
Después me fui al supermercado que solo abría por la mañana para comprar algunos alimentos para cenar,pues pensaba almorzar en el restaurante y desayunar al día siguiente en el bar que abrían a las 07 de la mañana, si bien no pensaba salir hasta más tarde, pues no amanecía hasta pasadas las 8 de la mañana.
Vistas desde la cocina
A la hora del almuerzo fui al comedor del restaurante.
Como habéis visto, de primer plato había arroz de carne y de segundo carne a la plancha que primero me dieron dos trozos con acompañamiento, pero luego me ofrecieron un tercer trozo que fue el que fotografié. Luego el postre, café y copa de chupito de orujo. Terminado me subí a la habitación para descansar, pues no se podía hacer nada más.
una planta con flores en la entrada del albergue |
A la mañana siguiente, seguía la alerta naranja por temporal y tras una noche tranquila no hizo más que amanecer, para volver a llover... y como dicen que, si al amanecer llueva, ya llueve todo el día. Volví a reconsiderar mi continuidad en el Camino.
El francés lo tenía muy claro, él que había empezado en Sevilla tenía necesidad de seguir andando.
Yo no lo tenía tan claro, pues no había sido previsor como él con pantalones impermeables, un chubasquero en condiciones y otras cosas que me apunté para una nueva ocasión otoñal o invernal. Siempre he aprendido algo, para tenerlo en cuenta en siguientes tramos del Camino.
Bajé con la mochila y empecé a desayunar.
Como despedida le hice una fotos a Carlos frente a la barra del bar.
Estaba satisfecho, porque en dos días había podido volver al Camino con la tranquilidad de no orinar sangre como antes de la operación y tras solventar el problema de los últimos años, en que raro era el año que no me saltara alguna uña del pie derecho. También estaba contento, pues había podido hacer suficientes fotografías para mi felicitación navideña sobre el Camino.
Os preguntaréis por los dos motivos anteriores.
El primero que hace ya ocho años, cuando entonces estaba en Belorado (Burgos), Camino Francés, tras comer y al ir al lavabo oriné sangre coagulada, como si orinase vino tinto, Sangre de toro. Tras dos litotricias (litiasis) a la tercera va la vencida, el tamaño que habían llegado a crecer las piedras era imposible romperlas en un tiempo adecuado, por lo que optaron a una cirugía abierta, aprovechando para reducir el tamaño de la próstata, causante de la retención de las piedras y su posterior crecimiento (me sacaron cuatro piedras mayores de 26, 20, 18 y 15 mm de diámetro).
El segundo que el pasado año me enteré que no tengo los dos pies del mismo tamaño. Así mientras que el pie izquierdo tiene la talla 43 que siempre tenía, el pie derecho tiene la talla 44-1/2, por lo que aunque me compraba las botas con un número más, siempre era insuficiente para albergar un pie más grande, sufriendo las uñas especialmente en verano.
Finalmente decidí coger el autobús. Al principio como burla dejó de llover, pero poco antes de cruzar el río Ulla, el tiempo se animó, empezó a llover en todas las direcciones con fuerte viento.
Cuando llegué a Santiago se levantó una tregua que duraría poco. Al salir de la estación de autobuses en búsqueda de un supuesto albergue abierto que en realidad estaba cerrado. El tiempo se iba incomodando hasta que zasss, remojón en todas las direcciones. Empapadito, pero a la espera de encontrar un refugio final.
Recordaba que hacía cuatro años estuve en Santiago, aprovechando que aquel año ya tenía pagado el viaje de vuelta en avión (me tuve que volver antes pues había saltado una uña del pie derecho con peligro de infección), fui a un hostal, al que volví esta vez.
La pareja de toledanos tenían previsto llegar a Santiago el lunes, pero yo no vi rastro de ellos en Santiago y a pesar que los peregrinos solemos callejear por los mismos sitios y a finales de noviembre pocos transeúntes iban por Santiago.
El francés tenía previsto llegar el martes, pero lo mismo.
Tampoco los vi en la misa del peregrino del lunes ni del martes, habitual para todos los peregrinos que terminan su camino, sea de la creencia que sean. Tampoco los nombraron en la misa del peregrino como llegados a Santiago, cuando pasan por la oficina del Dean a recoger la Compostelana.
Esto se explica que a todos el temporal les cambió sus etapas previstas.