sábado, 21 de enero de 2017

Camino Sanabrés. Del monasterio de Osera a Cea.

Os preguntaréis este peregrino se vuelve hacia atrás, pues sí, y gracias que lo hice, pues al final del día me encontré con el primer temporal de otoño en Galicia que salía a mi encuentro.

Ya el día anterior sopesaba que camino iba a seguir. Quería volver a pasar por el monasterio de Osera, pues mi anterior vez fue en 1976, antes de empezara la restauración del monasterio. Entonces la joya del monasterio era la Sala Capitular.

La descripción del itinerario entre el monasterio y Castro Dozón por la montaña no me daba confianza, pues había varios tramos que me daban inseguridad, ya que yo voy siempre solo, salvo que aparezca algún peregrino misericordioso que le de lástima este caminante.

Por otro lado disfruté mucho en el tramo de Cea al monasterio, pues hice infinidad de fotos, como lo habréis podido ver. Hay que tener en cuenta que en este año he utilizado, como en años anteriores, una máquina compacta digital. Por lo que la secuencia frente cada foto era sacarse el guante de la mano derecha, sacar la cámara que llevaba colgada del cuello, pero dentro de la chaqueta, conectarla, accionar el zoom, para hacer el encuedre deseado, hacer la foto. Si no preveía que pronto iba a hacer otra instantánea, desconectaba la máquina y me la volvía a poner dentro de la chaqueta.

En el monasterio me pude sumar a un grupo de jubilados de Valladolid que iban a visitar el monasterio a las 12 del mediodía, suerte, pues por lo que me comentaron después, no siempre se alcanza un número mínimo de visitantes y, como la visita se realiza con guía, se retrasa el comienzo de la visita. La visita duró una hora. Ya eran pasadas las 13 horas. Los poco más de 10 kms por montaña no me daban seguridad, pues en el albergue de Cea eramos tres peregrinos. Una pareja de Talavera de la Reina (Toledo), Paula y Carlos, habían salido del albergue unos minutos antes que yo y yo no los volví a ver, pues ellos tenían previsto pasar por Osera, Castro Dozón hasta llegar a Laxe con 38 Kms de recorrido.

Yo pensé que regresaría por la carretera hasta Cea, donde seguiría el camino oficial que no pasa por el monasterio, siguiendo la carretera.





Cuando llegué a Cotelas, pasé por la iglesia parroquial rodeada por el cementerio, donde habían dos mujeres, una carretilla, arreglando las flores, para que estuvieran todas preciosas, retirando las marchitas. La mayoría de las flores eran de plantas en macetas.

Iglesia de Cotelas, rodeada por el cementerio







Luego seguí y a la salida del núcleo urbano me encontré un taxi. Entonces ya eran las 15:30 y solo me quedaban menos de tres horas de luz y aún unos 10 kms de camino. Lo prudente era coger el taxi.

Primero le pregunté que me costaría el viaje y me dijo que por 11 € me llevaba, pues vamos, dejé la mochila en el portaequipajes y me fui para allí.

El taxista me comentaba que ya en esta época del año al atardecer se veían merodear lobos, más motivo para tomar una retirada estratégica.

Cuando llegamos a Castro Dozón empezó a llover con mucho viento. Le pregunté, donde podría comer algo, pues salvo alguna barrita energética y un par vasos de café con leche de mi termo. Por ello el taxista me dejó en el bar el Cantón, unico bar de la población, donde en el sótano había un supermercado que por lo tanto también era la única tienda de alimentación.

Pregunté, si tenían comida caliente, y me dijo el cuento de que la cocinera ya había terminado. Digo el cuento, pues un francés que me encontré en el albergue fue a cenar y la cocinera no estaba. Lógico que no tuvieran cocinera en unos meses que los peregrinos son muy escasos.

Mientras me comía un contundente bocadillo de jamón del país con Coca-cola que me sentó a gloria, a fuera se estaba armando la marimorena. Tras esperar buen rato, para ver si aquello amainaba y aunque delante había un supuesto letrero que decía albergue a 200 metros, decidí que tenía que tener mi bautizo de agua. El temporal era fuerte con lluvia y viento, el agua no caía desde arriba como en la ducha, si no de frente a ráfagas. Me puse mi chubasquero, un sombrero de pescador, pues con el gorro del chubasquero se me empañan las gafas y no veo nada y sin gafas aún es más peligroso.

Con la mano derecha aguantaba el sombrero, pues se me lo llevaba el viento, y el bastón telemétrico, con la mano izquierda intentaba mantener la compostura del chubasquero. Los pantalones sintéticos que habían soportado lluvias en otros tramos del Camino, parecían una esponja ante el agua de frente. Finalmente llegué al albergue. Estaba abierto por lo que pude entrar. Había un número de teléfono y la hospitalera me dijo que podía pasar, escoger una cama y que ella al rededor de las 18 horas pasaría para registrarnos.

Tras escoger una cama baja de una litera.

Pasadas casi dos horas la lluvia y el viento amainaron, por lo que antes de ducharme y cambiarme de ropa, decidí volver a la tienda de alimentación, para comprarme algo para cenar y la leche para prepararme el café con leche para rellenar el termo y con el resto desayunar. Como vi en mi tortuoso camino al albergue que la supuesta distancia entre el albergue y el bar no eran los 200 metros, me dediqué a contar pasos. Del albergue a la cancela de entrada al recinto había 130 pasos (más de 90 metros) y de la cancela al bar 580 pasos (más de 400 metros), la suma superaban los 500 metros. Tendrían que castigar al autor del letrero a recorrerlo de rodillas y la próxima vez sería más exacto.

Luego regresé al albergue, me duché, me cambié la ropa, me preparé la cena, cené y me acosté en espera de que el nuevo día fuera mejor.

Supongo que a la pareja toledana le pillaría el temporal mucho antes de llegar a su destino, por lo que debieron cambiar los planes.

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