sábado, 19 de enero de 2013

El Camino Primitivo: De Arzua al Monte do Gozo

En Arzua como llegué a las bisiestas del día anterior, pues como ya os he comentado llevaba en la planta del pie derecho un rosario de ampollas también dormí en una habitación, pues a la hora que llegué ya no había sitio en el albergue (así dicho parece José y María que no encontraron sitio en la posada).

Aquí había cambiado los compañeros del camino, los dos compañeros del tramo anterior y posterior de Lugo me dejaron atrás y yo a mi vez había dejado a otros que tuvieron que dormir en San Ramón de Retorta casi al raso por ausencia de un albergue abierto.

Los nuevos compañeros eran dos matrimonios con familia numerosa cada uno que iban con coche de apoyo, cambiando cada día de conductor, mientras que el resto de la familia iba andando, eso sí sin mochila, con un chubasquero, una cantimplora y algo de comida. Parecía que jugábamos al gato y al ratón, pues sin mochila iban más rápido que yo, pero por los niños paraban en un pueblo y en el otro también, por los que yo los volvía a pasar. Alguna vez se encontraban con el conductor por si necesitaban algo. Hoy en día es fácil gracias a los móviles. Esto me daba una seguridad, pues en caso de última necesidad, siempre les podría pedir que me llevaran en coche hasta un lugar civilizado, pero gracias a Santiago no los necesité nunca.



En la foto sólo aparecen los matrimonios y la hija mayor, pues los pequeños siempre iban cien metros por delante. Se ve que llevo una cinta de toalla en la frente, como los tenistas, para recoger el sudor de la frente, especialmente en las subidas. Esos años llevaba una mochila más grande de unos 65 litros que llevaba un bolsillo, donde ponía una bolsa de hidratación con un tubo y un chupe cogido del tirante delantero de la mochila. Ya os comenté en El Grado que para quitar el sabor a plástico mezclaba Acuarius con agua o le añadía una copa de anís al agua de la bolsa. Sobre la mochila llevaba una esterilla para eliminar malos presagios, por si ... En la mano derecha llevaba un bastón telemétrico (plegable).

Hace casi 25 años me caí y me rompí el codo, o más exactamente el epicóndilo del humero izquierdo, por lo que no puedo estirar el brazo (tengo una limitación de la extensión del brazo izquierdo de un 50%), por lo que no puedo caminar con un bastón en cada mano, pues el izquierdo me lo estoy metiendo constantemente entre medio de las piernas. Cada uno se tiene que acomodar a sus posibilidades.

Sobre el brazo, que parecen los relojes que marcan las diez y diez (no puedo extenderlo totalmente), llevo un reloj que me regaló mi hermana que además de dar la hora, tiene alarma, termómetro, barómetro, altímetro, brújula y otras informaciones que entre otras cosas te avisa de un cambio de tiempo.

Delante llevo un bolso, donde tengo la credencial de peregrino, la máquina de fotografiar (en ese tiempo una analógica), por lo que llevaba una pila de recambio y un carrete nuevo (el resto dentro de la mochila), la crema protectora para el sol, un silbato, heredado de mi tío Guillermo, los colirios para los ojos (también padezco de glaucoma), el suplemento de las gafas de sol, un pañuelo o una braga para proteger el cuello y otras cosas.



Salí de Arzua después de desayunar con la ración de pastillas incorporada. El camino es más suave. Hasta Salceda me quedan unos once kilómetros.

Ahora que comparto estas fotos casi nueve años después y como no encuentro el álbum que hice entonces, donde tengo definida cada fotografía, aunque mantengo el orden en que están hechas las fotografías, no se si este lavadero está a la salida de Melide, por lo que la anterior foto sería entre Santa María de Melide y el lavadero en la etapa anterior.





Unos seis kilómetros después llego a Santa Irene que en el cruce previo hay un bar restaurante, donde me comí un bocadillo con un refresco y a echar millas

Desde el restaurante puedes pasar por Santa Irene, por delante de la iglesia parroquial con un bello retablo de madera sin pintar ni dorar, con una columnas salomónicas todas decoradas de racimos de uvas que visité en el 2001, pues de esta parroquia es Fidel, uno de los dueños de la pizzería Felino a la que iba entonces a comer todos los días desde el trabajo. Aquel año tuve que buscar al sacristán, quien me abrió la puerta, recompensado con una propina. El camino también pasa al lado de una fuente.

Estos eucaliptos se encuentran poco antes de llegar a Pedrouzo, Arca o Pino (no se cual es el toponimio correcto)

Paralelamente por la carretera dejé atrás el albergue de Santa Irene, faltaba una hora para abrir, pues los albergues de la Xunta abren a las 13 horas y había una larga cola que no ofrecía garantías de encontrar sitio.

Llegado a Pedrouzo, Arca, O Pino, pues no se cual es el nombre correcto del municipio con igual o mayor cantidad de peregrinos expectantes (este albergue es más grande, pero la cola proporcionalmente mayor). Hay que tener en cuenta que éste es último albergue oficial de la Xunta, Hasta el Monte del Gozo sólo quedan hostales y habitaciones.


El camino sigue hasta atravesar el río Amenal. En este tramo hay un lugar donde se puede comer y beber. Me trae grandes recuerdos, pues la primera vez que pasé por allí en 1999 el dueño, un hombre más mayor que yo vendía refrescos, pastas y chocolatinas en el corral de su casa, donde tenía una mesa, sillas y una sombrilla. Tenía una cafetera Melita con café caliente y leche. Si querías un bocadillo, se lo pedía a su madre y por la ventana de la cocina salía un bocadillo de jamón en dulce con lonchas de queso (parece que lo esté viendo, pues una chica pidió uno). La siguiente vez que pasé en 2001 el establecimiento había ganado en comodidad, Él hacía de camarero y de lo que se necesitara, una chica joven en la barra. Ya tenían raciones de empanada. Los emprendedores que quedaban, pues muchos habían emigrado, el camino les ha ofrecido la oportunidad de seguir adelante.

Tras cruzar el río hay una subida entre eucaliptos hasta llegar a la altura de la pista del aeropuerto de Labacolla de Santiago.

Aquí hay una de las bromas del camino. En Galicia hay un mojón como mínimo cada medio kilómetro, por lo que te animas ante la cercanía de Santiago, pero en un momento dado, cuando faltan menos de diez kilómetros para llegar a Santiago, los mojones desaparecen. ¿Qué ha pasado? Hace años tuvieron que alargar la pista del aeropuerto, con lo que había que dar un primer rodeo (digo primer rodeo, pues antes del monte O Gozo hay que dar el segundo). Tras andar una hora, lo que supone no menos de cuatro kilómetros recorrido, por fin vuelves a encontrarte otro mojón y sorpresa aún faltan más kilómetros que los que faltaban en el anterior mojón. Por un rodeo en las cercanías de Santiago, no pueden cambiar todos los mojones del camino.

Este monumento se encuentra junto a la valla de la pista del aeropuerto de Santiago. La carretera es una de las vías de acceso al aeropuerto.

Tras cruzar esta carretera más adelante (creo a diferente nivel) llegamos al pueblo de Labacolla, donde nos encontramos a la izquierda la iglesia parroquial y de frente bajan unas escaleras que llevan hasta la carretera. Bajando por las escaleras a la derecha  y frente a la carretera hay un bar restaurante, donde tomé un café con leche. Aquí también tienen habitaciones.

Hasta el Monte do Gozo sólo me quedaban unos seis kilómetros, mi andar ya era penoso, casi arrastrando el pie derecho, pero Santiago me ofreció uno de sus ángeles, un señor más mayor que yo que volvía de ver una huerta que tenía cerca de Labacolla y regresaba hasta su casa muy cerca del albergue del Monte do Gozo. Su amable conversación me hizo olvidar todos mis sufrimientos.

Primero cruzamos el río Labacolla, donde los peregrinos medievales se lavaban, lavaban su ropa, para llegar limpios a Santiago. Aquí empieza la última penitencia del peregrino que pensaba que ya no le quedaba ninguna subida más, pues si hay una subida media que al final de una dura jornada dan la puntilla al sufrido peregrino. Comentábamos que hacía unos días este tramo de Labacolla lo había recorrido el Príncipe de Asturias, Don Felipe, con antiguos compañeros de la Academia de Marina de Marín. Ellos por la mañana, sin mochila, descansados se hicieron el tramo en un periquete.

El día seguía nublado, amenazante, pero gracias que quedó en eso. Pasamos por delante de las instalaciones de la Televisión Española en Galicia, luego cerca de un camping.

A todo ello le comenté a mi compañero de camino que me parecía que dábamos un segundo rodeo que finalmente me lo confirmó, pues habían montado una Hípica nueva y había que rodear las nuevas instalaciones, añadiendo más metros al camino.

Por esto y por lo anteriomente comentado que nadie haga cálculos de la velocidad de este tramo, pues el tiempo invwertido es superior al correspondiente a los supuestos kilómetros recorridos.

Hablando y hablando el ángel se despidió, me dijo que bajara a mi izquierda, pues delante estaba el albergue de peregrinos del Monte do Gozo. Me señaló que en una de aquellas casas vivía él.

Agradecí al Señor que me ofreciera aquel compañero del camino que me lo hizo agradable,las ampollas parecían que no existían. Otras veces tu puedes ser el ángel para otro peregrino.


Yo llegué al albergue al rededor de las cinco de la tarde.Enseguida me dieron una cama en una de las habitaciones. Aquí las habitaciones tienen ocho literas. Están separadas para hombres y para mujeres.
Me duché y como no tenía fuerzas para más creí conveniente hacer como los peregrinos medievales y lavar la ropa. Cogí toda la ropa sucia y limpia, pues aún la limpia tiene un olor especial. En el centro hotelero, pues hay habitaciones para los que viajan con su coche, hay servicio de lavandería, bar, restaurante, tienda, botiquín y otros.

Cogjí cambio para las máquinas, primero lavé toda la ropa, incluida la toalla, luego lo sequé en una secadora. Me llevé la ropa al albergue y me preparé la cena. Luego hice una visita al botiquín asistido por miembros de la Cruz Roja. Por la noche están en el Monte do Gozo y de día en las instalaciones que tiene la Cruz Roja en Santiago un poco más allá del convento de San Francisco.

Con mi rosario de ampollas del pie derecho casi los dejo sin existencias, al menos de apósitos autoadhesivos.

Todo esto era la espera para un gran día, mi llegada hasta la tumba del apóstol Santiago.

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